El equipo blanco alcanza su tercera final con el Liverpool tras dejar en la cuneta al City en un partido inolvidable con otra remontada al límite, esta vez guiada por Carvajal, Camavinga y Rodrygo. Con el Madrid por el medio el fútbol es una puñetera mentira. Ni el ilusionismo sublime del mejor Houdini podría competir con este hechicero Real. Este Madrid es una locura. Un equipo que, por imposible que parezca, ha mejorado la chistera en cada eliminatoria de esta Copa de Europa. El PSG de luces de neón, el campeón Chelsea, el City de Guardiola… Todos sucumbieron en esa casa de brujas de chamartín. Ante el City, el no va más. La remontada, ya rutinaria de por sí, llegó pasado el minuto 90. No estaban Modric, Casemiro y Kroos. No era la mejor partida de Benzema. El Real estaba a los pies de Carvajal, Nacho, Camavinga y Rodrygo.
Nada es utópico en este Real Madrid, ni siquiera cuando en los minutos de prolongación estuvo más cerca del 0-2 que de empinar el duelo. Rodrygo de turno, mandó el duelo a la prórroga, donde lo sentenció Benzema. El City, como los ilustres predecesores que visitaron Chamartín, se llevó la misma lección: con el Madrid conviene metabolizar hasta el hueso que se va perdiendo aunque se vaya ganando y casi haya menguado el tiempo. Es el Madrid, tan embustero él que tiene a todo el mundo en vilo.
Hasta que llegó la traca final, lo que ya no es más que otro vulgar milagro madridista, el encuentro tuvo varias sacudidas. De entrada, a tirones el Madrid, más ortodoxo el City. Cada cual con su dogma quiso negar al adversario. Ambos lo consiguieron por fases. Al Real le va el fárrago y el grupo de Guardiola se aflige con los desbarajustes. Uno quiere el carrete de la pelota (City), otro prefiere correr y correr, que el partido se convierta en un avispero. Por esa vía llegaron los primeros remates, de Benzema. A su modo, paso a paso, con un constante intercambio de posiciones, el conjunto inglés puso en órbita a Courtois, clave en el primer acto en dos intervenciones ante Bernardo Silva y Foden, y más tarde en el tercer tiempo. El luso era el más facundo de los visitantes. Pero el Madrid estuvo más aplicado que en la ida ante las permutas del City, con Casemiro como corrector.
Grealish tuvo el gancho terminal por dos veces. Mendy se interpuso en su primer remate bajo el larguero. Del segundo intento se encargó Courtois. El City olía la final de París. El Madrid se veía en la cuneta. Otra paparrucha. En el alargue, no pregunte nadie por qué, llegó el hechizo. La honorífica graduación de Camavinga y la glorificación de Rodrygo. Un gol de pillo (minuto 90) y otro a lo Santillana (minuto 91) subrayaron a Rodrygo en el santoral madridista. Y quedaba la carta de Benzema, tan sombrío él toda la jornada… Eso parecía. Otra trola. Si el francés ya intervino en el 1-1, fue el verdugo definitivo. Primero por su anticipación a Rúben Dias, lo que provocó el penalti del 3-1, sellado en la prórroga por el capitán blanco y luego sostenido por Vallejo, entre otros. No razonen. Otro ordinario prodigio clasificó al Madrid para su tercera final con el Liverpool, el próximo día 28. ¿Cómo? Porque sí. Es Real. Créanlo.